En la estación experimental del INTA en Mendoza se ensayan las mejores prácticas para desarrollar el cultivo de la vid y se guardan muestras de cientos de vinos, un verdadero tesoro nacional.
¿Sabía usted que poner una hectárea de vid en producción cuesta aproximadamente 20.000 dólares? A esa cifra se llega tras sumar el valor de los plantines, la implantación, las mallas antigranizo -que cuestan unos 7.000 dólares por hectárea pero son fundamentales para proteger toda la inversión- y un sistema de riego por goteo que permita hacer un uso racional del agua. Una vez hecha la apuesta, las plantas tardan 4 años en llegar a su plenitud productiva, que luego puede durar hasta 30 años. El rinde promedio nacional: 10 toneladas por hectárea, pero hay productores que obtienen hasta 60 toneladas.
Es decir que hay que tener espalda y hacer muy bien los cálculos. Por eso es fundamental el trabajo de los investigadores que estudian la mejor manera de desarrollar el cultivo y optimizar el uso de los recursos. A eso se dedican los técnicos de la estación experimental del INTA en Mendoza, donde cuentan, por ejemplo, con un lisímetro de pesada instalado hace 10 años. Como explica Sebastián Gómez Talquenca, se trata del único de Latinoamérica y sirve para medir la evapotranspiración real de la planta y, por ende, su demanda hídrica. El lisímetro es una especie de maceta gigante que pesa un área determinada de tierra y compara los datos con los de una estación meteorológica instalada justo al lado para definir cuánto hay que regar.
Sebastián Gómez Talquenca, del INTA Mendoza.
En el mismo predio de Luján de Cuyo se realizan ensayos con todas las variedades posibles de uva, se siembran vides con diversas orientaciones para conocer los efectos de la radiación solar en cada una (de norte a sur se logra el mejor aprovechamiento) y se compara los sistemas de parral con los de espaldero. “El parral da mayor rendimiento pero también tiene mayor costo”, dice Gómez Talquenca, y explica que hoy los viñedos modernos usan el sistema de espaldero porque es el que permite la mecanización de la cosecha.
El lisímetro de pesada instalado hace 10 años en el INTA mide la evapotranspiración real de la planta, la demanda hídrica.
El conocimiento recabado en este punto cero de la vitivinicultura nacional alimenta a los extensionistas y es fundamental para la transformación y supervivencia de los pequeños y grandes productores. Y no se queda en la etapa de campo, sino que incluye también a la industrialización. En una suerte de bodega a escala de laboratorio, con pequeñas barricas de acero inoxidable, se investigan, por ejemplo, nuevas levaduras para la fermentación y métodos para reducir la gradación alcohólica del vino -algo que persigue la industria-, y en el subsuelo, minuciosamente etiquetadas, se guardan botellas de muestra de cientos de vinos elaborados con fines científicos, entre los cuales sin dudas hay unos cuantos tesoros.
El vino se fermenta en barricas de acero inoxidable en la estación experimental del INTA en Mendoza.
Fuente: Clarín Rural